María Martín-Maestro

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De tus infinitas costuras atraviesan
el valle del invierno mis encarnecidos padrastros
ya les cuesta emocionarse con aquella canción
no tienen calma, se matan a empujones
se tiran de los pelos, se injurian, por un puñado de besos
pobres inocentes. No saben qué hacer mañana
protegidos por su cariño, sedados
espantan las moscas y compran bombones
duermen abrazados a la almohada.

Cuelgan de los pies de la cama
juergan noche a noche, me susurran:
díselo, ruégale, queremos su piel.
Aburrida, sorda, desesperada, complaciente
otorgo, aquí tienes, espero tu cumplido
constrúyeme ese hogar que yo no encuentro
que no hallaré jamás. Que todo es cocinar,
para verte de nuevo hambrienta al despertar
bajo la sombra de estos valles, amarillentos
como uñas adictas que cada tanto se arrugan
o verdean, sobre los turbios fárragos,
marrones, hediondos, olvidados, enterrados, olfateando
todo aguayo tendido en la calle
, todo perro mordiendo la mugre
con esos ojos que tú y yo sabemos.

Pidiendo un mimo, un halago, un momento
sin camino ni estómago borrosos

encontrándose contigo, conmigo, si seguimos
barriendo las calles
guardando cómplices
millones de últimos suspiros
que esperaban, y esperaban,
ese roce tierno, mojado, de unos ojos
que pasearon, ignorantes, esparciendo
lengua y tierra,
silencio
tiñendo su ascenso de pucheros y manchas
Publicado el 2025-10-05